domingo, 22 de septiembre de 2019

Al otro lado del Arco Iris


El arte es una herramienta que algunos usan para expresar, para comunicar o liberar aquello que se lleva dentro. Una necesidad bella que puede servir para trasmitir y tocar con su creatividad a otros corazones. Propio de una nivel de sensibilidad tan a flor de piel que permite a unos aprovecharlo mejor que otros, innato o aprendido, el fin podría ser el mismo: "tocar", "comunicar" o "liberar".

Es curioso, nunca suelo escribir (y creo que no lo he necesitado... aún) en estado de felicidad, paz, tranquilidad, o de cólera, angustia o estrés. Mi esencia artística creo que tiene matices más de tristeza, despecho y decepción como cuando se escucha una balada (debe ser por ello que es uno de mis géneros favoritos). Mi corazón partido hoy tiene algo que liberar desde lo más profundo de mi ser, es por ello que retomo, luego de mucho tiempo, el escribir los próximos versos que serán escritos con el dolor de mi alma. 

Desde pequeño siempre he tenido mascotas (perritos para ser exacto) y es que en mi soledad de hijo único, quizás mis padres decidieron cubrir ese vacío dándome mascotas (digo "quizás", pero vamos que no necesariamente tiene que haber sido así, muchos hogares quieren mascotas porque les encanta y punto, pero pongámosle una cuota de dramatismo a mi relato); sin embargo, nunca había sufrido la muerte de alguno de mis engreídos, algunos se escaparon y a otros se los robaron, y no es que cuando se pierde un animalito o se los llevan no duela, pero es que quizás en el fondo de tu corazón guardas la esperanza de encontrarlos o volverlos a ver algún día, y si pasa el tiempo, tus heridas van sanando y te consuelas ciegamente estando muy seguro de que fueron adoptados en un nuevo hogar que les dio el mismo cariño y cuidado que tu familia les dio. Al pasar los años nunca sabes si murieron o no puesto que no viviste la muerte física en carne propia como para siquiera querer imaginártelo y procesarlo. Es más fácil siempre buscar una salida romántica y creer en la adopción por una familia de noble corazón para así aplacar tu tristeza y consolarte ante la pérdida. Así se fueron mis dos Bobbys, Sandy y su hijito Simba, el primero de raza "criolla" ("chusco" es una palabra muy denigrante) y samoyedos los tres últimos. Amaba a los samoyedos, pero cuando se robaron a Sandy y Simba no solo quedé devastado, sino que no quise saber por mascotas por un tiempo, lloré mucho.

El tiempo pasó, y aunque yo ya no era un adolescente (más bien un joven ya), se me dio por querer de nuevo una mascota (quería un Husky). Debo hacer un paréntesis aquí y hablar de cultura y tradicionalismo en mi país para justificar que hasta el día de hoy no dejé el nido y sigo viviendo con mis padres (lo sé, pero no me juzguen, también es maravilloso... a veces), mejor cierro paréntesis, ¿qué más da?, no tengo por qué explicar cómo o dónde vivo a nadie en realidad, mis padres son geniales.. Comentaba que los años pasaron y pese a que quería una nueva raza de mascota, llegaba a casa yo de estudiar (algún día quizás de agosto del 2004) cuando me recibió mi madre con un peluchito blanco en brazos: ¡Es hembrita!- me dijo -¡Lucy la ha traído para ver si queremos quedárnosla!.
La señora Lucy es una vecina nuestra que tenía una hermosa samoyedo llamada Candy, que en medio de sus amoríos con Argos (el "ex novio" de mi querida y extrañada Sandy, padre de Simba) salió preñada de este galán.  Cuando nacieron los hermosos peluchitos, la señora Lucy al saber la tristeza que teníamos por la desaparición de mis mascotas, decidió darnos una muñequita hermosa: ¿Nos la quedamos?- preguntó mi madre. No lo pensé dos veces, cómo podía decirle que no a esa bolita blanca de pelos, si era preciosa realmente. ¡Kyara, se llamará Kyara, como la hija de Simba! (nombre escogido de mi fanatismo desenfrenado por todo lo relacionado al Rey León y de mi obsesión enfermiza por sentirme identificado y "creerme" Simba).

Kyara era hermosa, una bebé blanca con una carita extremadamente encantadora y apachurrable. Tan pequeña que subir gradas era todo un espectáculo, juguetona, mordelona, como cualquier cachorrita. Nada de distinto dirán, pero era mi bebé, mi hijita engreída. Durante años Kyara ha sido nuestra compañía, miembro indiscutible de la familia, bien educada, cariñosa, tierna, noble, sociable, paciente, juguetona, etc. Algunas cualidades propias del ser humano, y no faltará quien no tiene mascotas y cree que los animales son nada más que eso, y luego viene con Pavlov y sus estudios de entrenamiento positivo, y el egoísmo del hombre en pensar que somos los únicos seres supremos del universo y le resta cualidades importantes a otras especies para demostrar su superioridad, etc. Pero al diablo con quienes no lo crean, hay cierto nivel de raciocinio en los perritos y otras especies que poco a poco siguen descubriéndose, como estudios más contemporáneos que acreditan el entendimiento canino del lenguaje humano, gestos y actitudes que estoy seguro que van más allá del simple condicionamiento, y al diablo si no se prueba, quien tiene hijitos animales sabe con el corazón que tienen sentimientos, sufren, se alegran, se deprimen, se engríen, y hasta fingen como cualquier ser humano.

Siempre dije que a Kyara le faltaba hablar. Es difícil explicarle a alguien que no tiene o nunca ha tenido un perrito, lo que los ojitos de los perritos trasmiten, el movimiento de su cola, la emoción con la que te reciben cada día cuando regresas a casa. Es difícil también entender por qué los perritos reaccionan así cada vez que te ven, por qué quieren estar al lado tuyo todo el tiempo, no importa si no hacen nada y solo duermen, estar en el mismo espacio al lado tuyo es todo lo que necesitan para ser plenamente felices.

Kyara fue por años mi hija, mi hermana (era hija de mi madre también), mi amiga, mi confidente, mi paño de lágrimas, quién nunca me hizo sentir solo cuando realmente estaba solo o quien sentía mi dolor en mis peores días de llanto por tal o cual motivo, razón de mi sonrisa y mi enternecimiento, motivo de mis ganas de apachurrarla, apretarle suavemente el hocico tan bello que tenía, culpable de mis ganas de acariciarle la cabecita o el mentón, las orejitas de algodón, el lomito o la pancita. Kyara por años fue la cara más bella que veía al despertar, la cara más bella que veía al dormir, estaba en mi cuarto siempre durmiendo conmigo. ¿Alergias? sí, pero mi cuerpo podía sufrir lo que sea con tal de tener a ese magnifico ser al lado mío. No había pelos que no respirara, o se me pegaran en la ropa o en la cama (y vaya que los samoyedos son demasiado intensos con los pelos); luego de un baño, peinarla me dejaba tanto "algodón" en la mano como para tejer cuatro chompas, o guardarlo para decorar la casa de nieve para la próxima navidad. No importaba, esa carita lo valía todo. 

Mamá, yo y Kyara jugábamos a las escondidas. Vaya que nos buscaba, era divertidísimo. También jugábamos a las chapadas alrededor de la mesa del comedor, o ella a mí o yo a ella, la diversión era asegurada. Kyara tenía disponible toda la casa para ella, menos el cuarto de mis papás. Mi papá no es que no fuera buena onda, solo que quería que respeten su espacio y siempre consideró que un animalito debe tener su lugar, así que ella sabía qué debía respetar ese espacio y no entraba al cuarto. Lo que mi padre desconocía era que Kyara era tan inteligente que ni bien él salía a trabajar ella entraba al cuarto como si nada. Se levantaba la prohibición y de eso fuimos cómplices los tres: mamá, Kyara y yo. Mi mamá siempre cuenta las anécdotas de Kyara, y una de ellas que la marcó mucho es que un día de la madre Kyara burló a la norma y pues entró al cuarto sin importarle mi papá. Subió sus patitas delanteras a la cama y se echó en el pecho de mi mamá, como dándole un abrazo con su cabecita recostada encima de ella. ¿Coincidencia? no lo sabemos, pero fue un día perfecto, una regalo maravilloso, un cariño incondicional, una muestra de afecto que a veces limita a muchos humanos.

Kyara ponía su cabecita encima nuestro, recostada de lado, como cuando un hijo se echa para abrazar a su madre o padre. Kyara era engreída, no quería comer croquetas (ya había probado comida de humanos y con la deliciosa sazón de mamá), y uno tenia que pararse a su lado y mirarla con cara de "acábate tu comida" sino no comía. Si nunca vieron a un perro tener asco, Kyara nos demostraba cómo era un perrito con asco cuando le dábamos comida para perros, no importa la marca (intentamos muchas) la comida para perros era comida fea para perros, y miren que en mi afán de entender el porqué, probé algunas marcas yo mismo y pues (no me juzguen, quizás hasta se estén riendo) no era precisamente parecido a nada que haya probado antes. Aún me pregunto por qué será tan difícil darles un sabor a una rica chuleta de cerdo a la parrilla, o un bife premium, o por qué no a pollo a la brasa, no lo sé. Pero a Kyara al parecer le daba más asquito que a mí. Sin contar que no le gustaban las sobras, ni cosas ya medias mordidas por nosotros y que cada vez que le dábamos algo con la mano, en lugar de su instinto básico de abrir su boca y casi arrancarnos la mano, ella más bien era tan "lady" (por decir sofisticada y elegante) que olía con delicadeza primero y pues lo recibía por educación más que por que realmente le guste. Suena gracioso, pero nuestra perspectiva trataba de darle semiosis humana a toda actitud que supongo solo ella conocía en realidad.

En el 2016, Kyara resbaló y cayó sobre su pierna mientras la bañaban, se dislocó la cadera. La llevamos a la veterinaria y los doctores dijeron que por su avanzada edad ya no podían operarla de modo que se reconstruya la lesión, además de tener los ligamentos rotos, por lo que su piernita derecha trasera nunca pudo moverla ya con total naturalidad, más bien la colgaba. Los doctores también dijeron que no podría volver a caminar o correr como antes y no podría subir escaleras ya. Kyara nunca más pudo subir a la azotea, la escalera de caracol ya era algo fuera de su alcance, pero por años nos demostró a nosotros y a los doctores que ella tenía más ganas de tener una vida normal que igual corría, caminaba medio normal y subía y bajaba escaleras con facilidad. Incluso sus exámenes de control decían que su corazón era como el de un perrito joven, raro para su edad pero Kyara recibió mucho amor y cuidado, sobre todo por la devoción de mi mamá. Yo por falta de tiempo entre el trabajo y otras actividades llegaba tarde a casa solo para darle mi cariño (sí, me considero un mal amo), sin embargo me adoraba, yo era su humano perfecto, y no le digan a mamá pero estoy seguro que yo era su favorito, muchas veces la poníamos a prueba: nos parábamos en polos opuestos y la llamábamos para probar con quién se iría... se iba con los dos, nos amaba a los dos por igual, pero déjenme en mi ilusión creer que yo era su favorito. Los primeros días de su operación era doloroso verla sufrir, era frustrante no saber qué quería o qué sentía como para poder ayudarla. Impotencia y llanto me venían al no saber cómo socorrerla, supongo que, y aunque no es comparable, debe ser algo similar a una madre o un padre cuando no saben por qué lloran sus recién nacidos. Los perritos son así, son bebés que no hablan, solo lloran, ladran, juegan, y aunque logramos descifrar muchas veces qué es lo que quieren, muchas otras es imposible entenderlos. Los perritos son niños eternos que necesitan mucha atención y cuidado. No son autosuficientes y tenerlos es toda una responsabilidad, pero es grato, es hermoso. Es bello saber que van corriendo a recibirte cuando llegas y abres la puerta, es bello el llanto de emoción que tienen cuando te ven luego de horas o días que estuviste lejos. 

Kyara superó todo y me amó, nos amó por sobre todas las cosas. Sin embargo los años pasaron, y aunque un samoyedo tiene una esperanza de vida de 13 años, rápidamente fue envejeciendo. Comenzó a perder la audición y comenzó a ver cada vez con más dificultad, comenzó a tener mayores problemas para caminar, sus patitas traseras ya estaban desgastándose y comenzó a arrastrarlas, pero vaya que todavía tenía elegancia para caminar, y aunque en los últimos años ya no bajaba corriendo las escaleras cuando yo llegaba, su pereza y su edad avanzada le impedían levantarse con facilidad, muchas veces ni siquiera ya despertaba porque no me sentía o porque el cansancio podía más con su capacidad para levantarse, y lo entendí. Lo gracioso es que mis papás y yo sabíamos cuánto había envejecido Kyara y cuánto habían cambiado sus hábitos y destrezas. Al salir a la calle era otro cuento: la gente la veía no muy alta, con una carita hermosa y pues creían que era una cachorrita, evidentemente no se le veían las canas (si las tuvo nunca sabré cuáles fueron) y pues llamaba la atención de cuánto transeúnte se le cruzara, niños que dejaban de jugar por venir a acariciarla, y aún viejita levantaba suspiros de cuánto perrito en plena juventud la mirara (no hacía falta estar en celo para cautivar a sus fans perrunos). Kyara fue dócil y siempre se dejaba acariciar, siempre tenía buena disposición y podría jurar que siempre tenía una sonrisa para quien viniera a saludarla. Coqueta, amable, carismática, dicen que los perros se parecen a los dueños (sigo peleando con mi madre para saber de quién lo aprendió).

Hace poco partí de viaje, y al regresar este 18 de setiembre mi madre contó que Kyara estado comportándose distinto y que tenía ya mucha dificultad para caminar, más de lo normal, de hecho en los últimos meses ya se caía a cada rato y tropezaba por haber perdido fuerza en sus patitas posteriores. Mis padres y yo hablábamos de buscar un especialista y ver si podríamos conseguirle esas prótesis de rueditas para facilitarle la movilidad. El viernes la llevaron a bañar, quedó hermosa, blanca como la nieva y con su carita de bebita, los años solo se reflejaban en su caminar. Este sábado 21 Kyara se veía diferente. Mi papá notó cuándo la sacó a pasear que se encorvaba como para hacer sus necesidades pero no hacía nada. ¡Estreñimiento! - pensamos. Al llegar de mi entrenamiento era mi turno de sacarla a pasear y ver si ya podría, y de hecho pudo. Pensamos que todo bien pese a que estaba medio alicaída y con una orejita inclinada hacia un lado.  Almorzábamos y de pronto Kyara se levantó con esa posición encorvada, pensamos que quería hacer sus necesidades, la saqué rápidamente pero no hizo nada. Al parecer era otro el motivo de su curvatura, pero lo desconocíamos. La encerré en el patio hasta que pueda hacerlo, y mis papás salieron a un evento. Mientras estudiaba comencé a escuchar quejidos raros que nunca le había escuchado, bajé a verla y la saqué, ella no había logrado hacer nada. la subí a mi cuarto y no pudo estar tranquila, así que me preocupé y la llevé a una veterinaria cerca a casa, le pusieron analgésico. La traje camino a casa en mis brazos, Kyara no podía caminar, estaba adolorida y agitada. Pensé que en mi cuarto echadita y con el analgésico se le pasaría, pero dormidita aún se quejaba y luego despertaba, se levantaba con esfuerzo, me buscaba, se iba al cuarto de mamá, se iba por varias partes, con un quejido raro, como renegando, no era tanto un llanto de dolor, era extraño.  Algo hice mal, quizás no era la veterinaria correcta, no sabía qué hacer, cómo ayudarla, me sentía preocupado, presentía algo desde que llegué, sentí que me estaba esperando y que irse era cuestión de días... u horas. La llevé a otra veterinaria cerca a casa, donde la habían operado en el 2016 de la caderita. El doctor me dijo que no la veía bien, sus encías estaban casi blancas, le tomaron muestras de sangre, ecografía, radiografías, le dieron medicamentos, y me dijeron que debía quedarse internada para monitorearla porque se veía grave. Me dijeron que podría descompensarse y morir, que ya tenía 15 años e incluso había ya pasado su esperanza de vida. Tuve tiempo para despedirme, mi corazón presentía algo. Se la tenían que llevar a otro local más grande para internarla, atendían 24 horas, y dejé mi número de celular para cualquier emergencia. Antes de que la lleven me quedé a solas con ella, estaba medio dopada y agitada pero la miré a los ojos y le dije que la amaba mucho, que me perdone si había hecho algo mal. Se la llevaron. 

Alrededor de las 7:15 de la mañana del domingo 22, comienza a sonar mi celular, me llamaba un número desconocido. Pensé que era de mi trabajo y como había tenido unos cuántos días laborales difíciles, lo último que quería era contestar algo relacionado un domingo tan temprano (¡qué desconsiderados!). Pero luego el teléfono de casa sonó. A esa hora solo puede ser una emergencia, y entendí que no eran llamadas del trabajo, fui corriendo al cuarto de mis papás y mi mamá cuelga: ¡Kyara se descompensó, tenemos que ir urgente a la clínica!
Alistarnos fue rápido, pero ese "rápido" no fue suficiente. Kyara partió un domingo 22 de setiembre del 2019 a las 7:45 aproximadamente. Llegué y la vi con los ojitos cerrados, la boca abierta, inmóvil sin respirar. Mi bebé había partido, la bebé de mi mamá había muerto, sus ojitos no volvieron a abrirse por más que yo deseaba que lo hiciera; mi papá abrazó a mi mamá con su llanto desconsolador y mi llanto hizo armonía con la de mi madre. Mi bebé no respiraba, mi bebé no aguantó, mi bebé no pudo esperarnos, llegamos tarde, llegamos tarde, si hubiera contestado el teléfono, si nos hubiésemos cambiado más rápido, si hubiese tomado otra ruta, pero el hubiese no existe, y no hay marcha atrás Kyarita murió sedada en observación con el cuidado de esos humanos tan geniales que dedican su tiempo y vida a salvar animalitos por vocación. No hay culpas ya que valgan, quizás deba pensar que Dios lo decidió así, porque creo y quiero creer en un Dios, porque me niego a pensar que con la muerte se acaba y muere todo, porque quiero un cielo o un lugar en donde me encuentre con mis seres amados (humanos y no humanos). Kyara se fue dejándome un hueco en el corazón. Una parte mía murió con ella, y en mi cabeza solo hay preguntas y cuestionamientos del tipo: ¿qué hice para merecerme tanta bondad?, ¿qué hice para merecerme tanto amor?. Durante 15 años yo fue su persona favorita, yo fui su líder, su amor, su paz, su tranquilidad, su sostén, su apoyo, su salvación, su humano perfecto. Y la verdad es que soy un ser imperfecto con defectos y virtudes, que comete errores y que a veces era tan impredecible que podía estar de buen o mal humor. Pero aún así con una mano para siempre acariciarla  y darle todo mi amor. Y ella se fue creyendo todo eso de mí sin saber que en realidad ella fue por 15 años mi mascota favorita, mi princesa, mi hija, mi amor, mi paz, mi tranquilidad, mi sostén, mi apoyo, mi salvación, mi perrita perfecta. Ella solo me dio amor y buscaba a cambio amor, nada más,  y era sin condiciones, era perfecta.  Es que así son las mascotas. Siempre se me quedó en la mente una frase en redes: "Dios no hizo hablar a los perritos para demostrar que le verdadero amor se demuestra con actos y no con palabras". Y desde que lo leí lo creo.

Hoy llegué a un video hermoso en donde poéticamente nos cuenta que las mascotitas al morir se van a un lugar llamado El Puente del Arco Iris, y que al otro lado del puente hay lugares maravillosos donde ellos son felices sin sufrimiento, donde lo tienen todo pero se encuentran contentos y satisfechos excepto por algo: cada uno extraña a ese alguien que dejaron del otro lado. Cuenta la misma leyenda del video que de pronto ellos ven a lo lejos algo, sus ojos se agrandan, sus pupilas se dilatan, su cuerpo se estremece, su colita se mueve porque ven a mitad del camino a ese alguien acercarse, te han visto a ti y corren hacia ti para recibirte, vuelves a ver a ese alguien que se alejó de tu vida pero nunca de tu corazón, y esta vez en unión para siempre. 

Kyara se fue de mi vida pero la siento fuertemente en mi corazón, la veo al cerrar los ojos y siento que aparecerá de repente por ahí a demandar mi amor como siempre.  Pero no. Solo esperaré ese momento en que salga el arco iris y lo cruzaré a toda prisa para reecontrarme con ella y sentir de nuevo todo su inmenso y grato amor.

Es la una de la mañana de un lunes 23 de setiembre y espero poder acostarme y dormir. Necesitaba desahogarme fuertemente escribiendo para recordar a mi bella Kyara de una manera hermosa aunque dolorosa. Y es que cuando perdemos a alguien, el dolor es tan fuerte y difícilmente se supera, pero sus recuerdos permanecen en nuestro corazón.

Solo tengo para Kyara agradecimiento y mi amor por siempre. Y aunque hoy llore fuertemente su partida, y me esté culpando por cosas que quizás no supe hacer o no le pude dar, transformaré mi condena en recuerdos de amor y en lo feliz que fui por 15 años. 

Somos una sociedad y una especie tan egoísta, y más en nuestra cultura, que hasta la muerte nos impacta y nos aferramos a lo terrenal sin poder dejar ir a nuestros seres amados en paz. Pero la verdad es que Kyarita ya no sufre más, ya descansa sin dolor y seguro está corriendo en algún lugar y conozca a Bobby, a Bobby, a Sandy y a Simba.

Leí otro lindo artículo que un angelito de esos que se cruzan en tu vida me pasó para aplacar mi dolor. Los perritos nunca mueren, solo duermen, y duermen eternamente en tu corazón. Un día despertarán y menearán la cola felices de volverte a ver. Mi bebé está dormida y me duele, la extrañaré.

Lo puse en redes más temprano pero hoy reitero mis palabras de agradecimiento a mi ser perfecto:

"Kyara... Gracias por tanto, por 15 años de amor incondicional, por soportar mis penas mis locuras, mi malhumor, mi carácter tan impredecible... no se si hice algo mal quizás viva con culpa el resto de mi vida, perdonándome bebé, no soy perfecto aunque siempre lo creyeras, pero puedes estar segura de que te amé con todo el corazón. Me harás mucha falta en mi cuarto, sentir tus ronquidos en la noche, gracias por acompañarme todo este tiempo, gracias mi bebé. Fuiste la mejor. Te amo por siempre mi bebé engreída.
Adiós"

Ahora que lo leo más calmado, diré: "Hasta pronto, te veo al otro lado del Arco Iris".