Hay veces en el que un “no eres tú, soy yo” en realidad no
siempre es una tonta y falsa excusa. Siempre escuchamos esta frase con recelo,
mirando mal a quien la usa y creyendo lo peor… cuando de pronto… es uno mismo
quien la usa.
Y de repente, ya no te parece una salida tan absurda,
comprendes que es necesaria y que tiene mucho sentido. Muchas veces es solo el
momento incorrecto, o las diferentes personalidades que buscan seguir caminos
distintos, buscan encontrar quien llene el espacio de una manera opuesta, en circunstancias
en las que probar y errar trae más errores de los que uno podría esperar, y
estos se dan no porque quien supuestamente erró está mal y tiene que reinventarse
en una nueva persona, sino más bien porque probó en el alma equivocada, un alma
perturbada por la sombra de su pasado, que busca más una vía de escape antes
que sentir sobreprotección y condescendencia.
Y luego te preocupa sentirte odiado u odiada, ya que quien
usa esa frase podrá quedar como el malo o la mala de la película, sin embargo,
no es culpa de nadie si a veces las cosas no suceden como se espera. Es
preferible hablar y decir cómo van las cosas antes de que el tiempo encapriche
más a uno de los corazones y este termine por romperse en mil pedazos.
Es difícil decir esa frase, sobre todo cuando consideras que
la otra persona tiene mil cualidades, es alguien que vale oro, y cuya dedicación
y persistencia hace que uno mismo se sienta halagado, pero cuando ambos no
están en sincronía, cuando uno de ellos tiene aún heridas que cicatrizar, es
mejor andar con mucha cautela y procurar que ellas sanen de por sí solas, con
paciencia, a paso lento… muy lento.
No hay que desanimarse, perder la ilusión puede doler, pero vivir
en la equivocación luego genera odio y
resentimiento, y a veces es preferible
antes que eso… escuchar por lo menos un sincero “¡lo siento!”.